Sentado delante del teclado se me ocurren muchas cosas de las que escribir, la actualidad candente siempre llama a la puerta, pero como no soy analista político ni sociólogo de actualidad me voy a centrar en estas líneas en asuntos de la vida cotidiana en la que podemos vernos reflejados cualquiera de nosotros.
Pues comienzo, el otro día me acerqué a la frutería para realizar una pequeña compra de frutas y verduras. Siempre me gusta disfrutar y consumir las frutas y verduras de temporada. Yo soy de Jerez, me gusta tocar, y oler lo que voy a comprar. Y en ese momento no podía ser menos. Notaba como la gente me miraba rara. No estamos preparados para decirnos lo que nos molesta del otro con educación y respeto, pero sinceramente estaba sintiendo en mi cuerpo una mezcla de olores y de recuerdos infantiles: Tomates, lechugas, melocotones, plátanos, mandarinas, naranjas hacían una macedonia de sensaciones.

Me sacó de aquel embriagador momento la voz de la frutera con un: “¿Qué le pongo? Está claro lo quería todo, que buena pinta tenían la fruta y la verdura, que bien estaba colocado todo y que buena presencia. Pero como con las personas no debemos de caer en lo cómodo de fiarnos de las apariencias. Ese brillo de las manzanas o de las naranjas no son normales, y además no olían como las de antes.
Me ceñí a la lista de la compra, no quería guiarme de la intuición ni realizar nada de manera espontánea. La fruta ese elemento que nos ha acompañado a la humanidad desde los primeros tiempos, o es que no nos acordamos de la manzana de Adán y Eva, o de la manzana que se le cayó encima a Newton.
Comencé pidiendo tomates, ya que soy un gran amante de las ensaladas y de todo lo que lleva tomate. De chico pensaba que yo era la reencarnación de un grillo, y decía que si podía elegir quería haber sido “Pepito Grillo”, alguien que sale en un cuento y es famoso.
La frutera me comentó que qué tipo de tomates quería, tipo pera, corazón de buey, redondo, cherry, RAF, kumato… Los de toda la vida señora…. Pero ¿para que los quieres? … Para comérmelos…
Un gran silencio precedió a una gran algarabía de risas y sonrisas de todos los asistentes. No era mi objetivo recibir aquella respuesta. La frutera no entendía mi respuesta y me volvió a hacer la pregunta. Para evitar más historias le comenté que esos, los tomates que siempre nos han acompañado. Me dio un kilo y medio, y mientras pedía un kilo de pera metí mi nariz en la bolsa para extraer el olor de dicha fruta.
Sorpresa… No olía a nada. La presencia, el tamaño, el tacto era como los tomates de antes, pero parecían de plástico. Una pena.
Las peras de conferencia, de agua, blanquilla, ercolina… Ya no sabía que pedir, le iba a decir las de siempre, pero le dije esas mismas, eran las peras más parecidas a las que comía de chico. Ah pues esas son de agua… pues encantado peritas de agua, te conozco de toda la vida, pero no sabía tu nombre, es un placer.
Reconozco que soy un enamorado de las zanahorias, y las que había en la frutería tenían muy buena pinta, le pedí dos kilos, porque tenían un tamaño como el de siempre, había zanahorias de varios tipos, pero antes de que la frutera empezara con la retahíla de nombres yo ya le había señalado las que quería. Pero mi sorpresa fue cuando me preguntó que, si quería la zanahoria con las hojas, no sabía que contestar. Mi silencio sirvió para que un hombre que estaba esperando a ser atendido, me comentara que hay gente que utiliza las hojas de zanahoria para hacer una salsa, o las pone en ensalada. Qué tiempos aquellos en los que de la zanahoria nos comíamos solo la raíz. Le dije a la frutera en un afán de parecer normal que me las dejara como estaban.
Pedí más frutas y más verduras, y me fui con una sensación extraña con un mensaje en mi mente de “Odio eterno a los sibaritas”. Quiero recuperar los alimentos de cuando yo era chico, que huelan, que sepan, que tengan bichos, y que no brillen. ¿Me ayudas a recuperarlos?