LA VIDA A 24 FOTOGRAMAS POR SEGUNDO
Tranquilícense , amigos lectores, no nos llamamos Javier Gurruchaga y no vamos a ir de bolos este verano con la Orquesta Mondragón (aparte de que este virus nacido en la tierra de los ojos rasgados no nos lo permitiría). El gordo de Donosti es irrepetible y nosotros somos simples amanuenses con ínfulas de grandeza pero sin ínsulas de Barataria, amigo Sancho. No se preocupen, no les meteremos el miedo en el cuerpo, solamente les iremos inoculando sin que se den cuenta ese dulce veneno, el material con el que están fabricados los sueños.
Bienvenidos a un viaje que esperemos sea largo y fructífero para ambas partes. Un buen amigo nuestro y administrador de las pequeñas fincas de este blog miscelánea nos ha dado primero la oportunidad y después la libertad de poner sobre el papel en blanco nuestras ideas acerca de una de las grandes pasiones que nos une…y que no es otra cosa que el cine.
Les extrañará, mis entrañables desconocidos, que me dirija a ustedes en plural. Aquí nos hallamos el binomio, la simbiosis o el parasitismo (depende de como se vea la cosa) del yo persona y el yo pseudónimo, que es el que será el abajo firmante de aquí en adelante. Tomando en este instante el control de la nave espacial dejo atrás al ser humano ruin, pobretón de espíritu y carente de sensibilidad para, con un golpe de mano, separarme de él, hacerle un ERTE virtual y pagar mi cuota de autónomo a la misma vez, que diría «el gran Lopera«. Les explicaré brevemente quién soy y de qué pie cojeo.
A finales de los 40 y comienzos de los 50 del pasado siglo, en plena guerra fría, una oscura sombra se cernió sobre Hollywood, provocando un cataclismo moral sin precedentes. Un senador republicano de infausto recuerdo, Joseph McCarthy, lideró una campaña auspiciada por los presidentes norteamericanos Harry Truman y Dwight D. Eisenhower, contra todo aquel que en el pasado hubiera o tuviese que ver con el partido comunista. Muchos actores, actrices, directores o guionistas (como otros trabajadores del gremio) fueron señalados con el dedo acusador; presionados, interrogados y finalmente ninguneados por algunos de sus propios compañeros, ya fuera por represalias o por mera cobardía, algunos superaron el trance mientras que otros no pudieron hacerlo y se quedaron en el camino.
Uno de los más claros ejemplos de esta barbarie fue John Garfield, maravilloso actor de mirada profunda, que tras ser interrogado por la caza de brujas y acusado de proporcionar información a los comunistas fue vetado en la elección de futuros papeles. Poco después murió, en 1952, de un infarto de miocardio. Se dice que las presiones que tuvo que soportar provocaron el fatal desenlace. Recordemosle como el Frank Chambers de El cartero siempre llama dos veces (1946), el Dave Goldman de La barrera invisible (1947) y el Charly Davis de Cuerpo y alma (1947), tres grandes interpretaciones.
Los que lograron sacar la cabeza en esos ignominiosos tiempos lo hicieron con el apoyo de los pocos amigos que de verdad les quedaban, con muchos arrestos, humana dignidad y arrojada valentía. Cuando por fin conseguían trabajo y salían en los créditos siempre firmaban con el mismo nombre: ALAN SMITHEE. Era no un guiño al espectador, sino toda una declaración de intenciones, y la conocían tanto los de un lado como los del contrario.
Yo soy el hijo de ese hombre inexistente con un nombre tan simbólico. El hijo que viene a vengarse de la injusticia y a honrar la memoria de su padre.
¿Y cómo, dirán ustedes? Pues sencillo, viajando. Vamos a teletransportarnos al pasado remoto, al presente fructífero y a algún que otro futuro cercano, siempre a bordo de nuestra nave en llamas más allá de Orión, pasaremos por la puerta de Tanhaüser viendo brillar rayos-C en todo su esplendor (que ya quisiera la portada de la feria de Sevilla), y finalmente, cuando consiga emocionaros y sacaros un par de lágrimas, las guardaré en un frasquito malva de cristal de Bohemia antes de que la amenazante lluvia me arrebate el preciado tesoro.
P.d. Si habéis leído esto, sois la resistencia…
Alan Smithee, jr.
Estupendo Pablo!!!
Has tardado pero como siempre, ha merecido la pena. Me monto en tu nave sabiendome una ignorante del cine, pero por ello, dispuesta desde ya y ofreciéndome voluntaria para que me inoculeis las dosis o sobredosis que creáis oportunas de ese.dulce veneno con el que están fabricados los sueños. Necesitamos de ellos.
PD.
He perdido la cuenta de los años o siglos que no asistía a un sermón. Me ha encantado, la escena claro, pero los pelos de punta y no precisamente por el levantito, eh????.
Aquí una resistente esperando la siguiente dosis.
Fantástico Pablo como siempre como siempre, lo que más me gusta es el toque de fantasía y humor que le das a todo, eso te hace especial. Mucha suerte!
Después de ver el sermón, me confieso pecadora, pecadora. No me gusta estar en casa… Prefiero la playa. Vi Gilda y….me encanta bailar, en especial el tango. Así que… Condenada quedo. Besos
Me considero un abyecto pecador de la pradera y un acólito de tu religión, Mariangeles. Playa, cine oriental judeo masónico y mucho cuerpo pegadito en el tango, sin que corra el aire. Al infierno derechito…