PRÓXIMA ESTACIÓN: INICIÁTICOS

Dije no hace demasiado que me encantaban los círculos, eso sí, más como metáfora que como figura geométrica. La perfección no va conmigo y tengo debilidad por la asimetría. Estas primeras frases no parecen tener demasiado sentido pero si conserváis la paciencia lo entenderéis. En mi bautismo de fuego de este blog que nos acoge os invitaba a viajar para poder soñar, y hoy invito exactamente a lo contrario, a soñar para tener la posibilidad de viajar. Si se tiene, la imaginación es poderosa y se ha de ejercitar; si por el contrario no se posee, hay que inventársela. Por eso este día se está cerrando el círculo en cuestión. Orondo, perfecto, sin mácula, de tonos cobrizos y tornasolados. Sin embargo dejaré una rendijita en él para continuar, no voy a concluir mi andadura de escribano lleno de borrones que desea hacer cuentas nuevas cada día. Me van surgiendo ideas de forma continua que bullen y se renuevan, se rebelan con be y se revelan con uve, fluyendo como el agua de un río por su cauce cristalino. Entonces me paro, las dejo reposar, las aparco y cuando llega su momento salen despedidas como si un tapón de champán estallara contra el cielo nocturno y estrellado.

Porque hoy hablaré de viajes. El verano está recién concluido. Nuria y un servidor hemos hecho este año varios de ellos, dos pequeños y uno de más envergadura. Sin embargo en esta ocasión me centraré en los iniciáticos, los que dejan huella. Los interiores del alma y los exteriores del cuerpo. Voy a alternar aquellos del séptimo arte que me impactaron trasladándome a otra dimensión con los más personales e intransferibles. Ahora que hace poco ha sido el santo de Nuria, comenzaré este recorrido con mujeres de carácter, como ella lo es. Recuerdo por ejemplo ese viaje de dos féminas como aventura iniciadora de muchas cosas, dejando atrás parejas, trabajo y pasado: Thelma y Louise (1991) de Ridley Scott es más que un filme. Es toda una declaración de intenciones de dos generaciones insatisfechas de mujeres frustradas e inquietas, que en ese camino cruzando varios estados norteamericanos y recorriendo miles de millas van lidiando con situaciones, con personajes que las hacen crecer, sentir, estar más unidas y encontrarse a ellas mismas, cada una a su modo. Son coherentes con las decisiones que van tomando sin traicionarse, saliendo como quien dice a la vida para trascender al más allá en un final sorprendente y demoledor. Sin ser SPOILERMAN (supongo que todos la habéis visto ya) solo diré que no pudo realizarse secuela alguna.

Dos mujeres y un destino

Aunque desde luego no era el primer viaje que hacía, el que considero y tengo constancia de ser iniciación a lo iniciático ocurrió a principios de los 80. En realidad eran más bien varios y eran veraneos. Mis padres alquilaban una casa en Grazalema en plena época estival durante tres semanas/un mes. Mi mundo cambiaba por completo. Si ya era travieso e inquieto en la ciudad, en plena sierra gaditana me convertía en un pequeño salvaje. Desde el primer instante hice un grupo de amigos, una pandilla tanto de nativos del pueblo como de otros seres (tal que yo) venidos de la ciudad. Contábamos con absoluta libertad durante toda la jornada, aunque es cierto que los tiempos eran diferentes. Todo el santo día juntos campando a nuestras anchas, inventándonos una nueva aventura a cada rato. Excursiones a los siete pinos con mi particular «agua de regaliz» en la mochila, construcción de cabañas en peligrosos escarpes al pie de la carretera, paseos interminables por el pueblo, recolección de almendras y otros frutos para nuestra despensa, partidos de fútbol en el prado (y cuidado con la pelota campo abajo, a ver quien iba por ella), domesticación de gatos salvajes y asilvestrados por mi parte cual de un Ángel Cristo cualquiera se tratara, subidas montaña arriba en derredor de la zona… cada verano coincidíamos solo allí, nunca en otros lugares o ambientes. Era el paraíso. Fueron unos años maravillosos que nunca olvidaré ya que en el fondo no eran más que largas iniciaciones a la vida. La única pena era no haber coincidido en esa época con una chica de la que enamorarse, como le ocurría a José Garcés en Valentina (1982), esa hermosa historia rodada en Albarracín que tanto me hace echar la mirada atrás.

Otro título fundamental es Hacia rutas salvajes (2007), dirigida por el actor y más que interesante director Sean Penn. De esas historias he visto unas cuantas pero esta tiene algo especial. No es nada facilona ni sentimentaloide, podría haber pasado perfectamente como un telefilme barato de esos que ponen en Antena3 y en los últimos tiempos en La1 después de comer. Sin embargo está llena de coherencia y sobriedad. Un chico recién graduado con gran éxito en la universidad decide romper con todo lo que se espera de él, haciendo saltar las convenciones sociales estadounidenses al embarcarse en un viaje personal huyendo de la civilización, harto de la hipocresía y el estilo de vida occidental. Siguiendo las enseñanzas decimonónicas del poeta, filósofo y escritor Henry David Thoreau, que además era naturalista, agrimensor y germen de lo que sería un siglo más tarde la defensa de los derechos civiles, el joven tiene como objetivo llegar a Alaska. Imbuirse de lleno en lo salvaje y experimentar la libertad de no tener ataduras, de estar en total comunión con la naturaleza de una manera sencilla y pura. Thoreau había logrado eso mismo a mediados del siglo XIX construyéndose una casa en los bosques y retirándose allí a meditar. Con posterioridad describió sus impresiones en la obra Walden. Su espíritu se encuentra presente en toda la película, preñada de poesía, de lirismo y también de dureza por las condiciones de vida. La interpretación de Emile Hirsch como absoluto protagonista resulta estremecedora por su frescura y autenticidad, al igual que las situaciones y personajes que va encontrando en su andadura. Para todos los que amamos a la Madre Tierra estando como estamos hartos de esta sociedad capitalista, injusta y trituradora de almas, el camino que emprende Christopher McCandless es una experiencia que quisiéramos llevar a cabo alguna vez, al menos en la mente de nuestra fecunda imaginación, pero de momento queda en simple utopía. Siempre es bueno tener sueños aunque estos no se cumplan. Su proyecto per se ya resulta una auténtica gozada. Es como el viaje en el que estamos imbuidos hoy, lo importante no es el fin sino el camino en sí mismo.

Actor de leyenda en obra magna

Córdoba, mora y misteriosa. Verano de 1991. A través de Inturjoven y con el beneplácito de la Junta de Andalucía, tuve la suerte de participar en un curso de prácticas de Arqueología. Muchos chicos y chicas de edades cercanas parábamos en un albergue situado en el corazón de la fresquita e intrincada judería cordobesa, en plena Plaza Judá Leví. El día a día era sencillo. Tras el desayuno tempranero, por las mañanas nos llevaban en autobús a Medina Azahara, a las afueras de la capital, y allí estábamos hasta el mediodía. A pleno sol pero a salvo con nuestros sombreros de paja y nuestros botijos de barro nos encargábamos de la limpieza, estudio, conservación y catalogación de atauriques de piedra (para los que no lo sepan, los atauriques son adornos con formas geométricas imitando motivos naturales como hojas o flores, incluso animales, que aparecen en paredes, zócalos o techos de construcciones árabes en forma de paneles. La figura humana no puede ser representada ya que va en contra de sus creencias). Cantábamos, reíamos, disfrutábamos de un entorno singular lleno de historia entre el sol del estío y nuestros silbidos musicales que otorgaban vida entre tanta piedra. Luego volvíamos al albergue a comer y el resto del día era para nosotros. De vez en cuando hacíamos algunos talleres de dibujo o de abanicos, y mi favorito, el de expresión corporal (me encantaba acariciar púdicamente con los ojos cerrados de par en par cuerpos femeninos y que ellas me tocaran en aras del arte de los sentidos), mas en general había libertad para disponer de nuestro tiempo. Dentro del grupo hice una pequeña pandilla con dos amigas asturianas, dos hermanos de Zaragoza y una malagueña. Íbamos por Córdoba visitando desde museos hasta patios y callejuelas, pateando la ciudad o yendo de bares por las noches. Hay canciones que te recuerdan momentos. Ese verano del 91 bailé no sé si tropecientas veces Me sube la bilirrubina de Juan Luis Guerra entre copas de vino, luces de verbenas y deseos de libertad. Los fines de semana nos llevaban a visitar pueblos de la provincia como Zuheros, Cabra o Priego de Córdoba. Fue iniciático en el sentido de compartir un pedacito de vida y experiencias durante un mes con personas de muchos lugares de España y parte del extranjero. Me sirvió para darme cuenta de mi facilidad para la adaptación y de una sociabilidad que me suponía de antemano pero que me generaba alguna duda. La fiesta de la última noche, con una queimada en toda regla con su orujo, sus conjuros, deseos y excesos etílicos la recordaré mientras viva. La despedida al día siguiente, una mañana temprano de finales de agosto en la antigua estación de Córdoba fue de película. Cada uno partía a una hora diferente en trenes que se dirigían a lugares distantes. Yo con mi chilaba negra puesta que había exhibido por la ciudad todo el mes, y aún conservo con cariño. Lágrimas y abrazos, besos y emociones desbordadas. Imborrable.

Tantas emociones como hace apenas mes y medio largo. Diferentes, eso sí, con más de treinta años entre ese Pablo que fui y este que soy ahora, el primer fin de semana de agosto Nuria y yo cometimos la bendita locura de pisar Córdoba juntos por primera vez. Con una ola de calor propia del lugar y de la época en que nos encontrábamos, fue un pequeño viaje para un gran sueño. Aprovechamos tanto el sábado como el domingo para visitar museos, adentrarnos en la judería, dándonos tiempo de hasta pasarlas canutas por el Lorenzo. La piedra angular de nuestro viaje nos dirigió el sábado por la tarde a Medina Azahara, de nuevo me encontraba caminando por la ciudad califal. Llegamos al aparcamiento de abajo y mediante autobuses lanzadera nos iban subiendo a la entrada del complejo a medida que se llenaban. Cruzando el umbral de entrada fuimos bajando hasta la Sala Basilical donde se representaba la obra y con algo de fortuna cogimos un buen sitio en cuarta fila. El sol iba ocultándose poco a poco entre las piedras de la antigua ciudad palatina que dominó el mundo occidental en tiempos del Califato, y pasadas las nueve apareció el maestro de ceremonias, el gurú que encandila a propios y a extraños, el cordobés errante, el nómada recalcitrante, osease, don Rafael Álvarez, El Brujo. En ese entorno mágico lleno de historia nos hizo vibrar, reír, emocionarnos, nos dio aliento a través de una obra que no está en su repertorio habitual pero que de vez en cuando saca a la luz. Se trata del Mester de Algarabía, que nos habla de los juglares de las épocas medievales, de los poetas del Siglo de Oro pero que también nos introduce en el mundo poético musulmán. Es un viaje a El collar de la paloma, obra cumbre de Ibn Hazm de Córdoba, que este año cumple su primer milenio de existencia (fechada en 1022 en la ciudad de Xátiva) y a la vez resulta una estrecha relación la que establece con Quevedo, Lope de Vega, Cervantes o la mismísima Teresa de Jesús. El amor y sus variantes, el humor juglaresco mezclado con la contemporaneidad, la música, todo eso nos regalaron Javier Alejano con su violín y El Brujo con su sabiduría sobre las tablas, que con su palabra subyugante nos hipnotizó tal que el flautista de Hamelin.

Ernesto Guevara de la Serna, un pre Ché cuasi licenciado en Medicina. Alberto Granado, bioquímico y aventurero. Compadres. En Diarios de motocicleta (2004), el brasileiro Walter Salles realiza un recorrido físico y emocional con estos dos jóvenes, que a principios de los 50 del pasado siglo quemaron ruedas con una Norton 500 a lo largo y ancho de toda América del Sur. A la moto la bautizaron como La Ponderosa. En principio era un viaje de placer y simple turismo por ese lugar en el mundo que los vio nacer, sin embargo poco a poco se fueron dando cuenta de la realidad de ese vasto continente lleno de contradicciones. Tan rico en humanidades, tan hermoso, tan plural pero a la vez tan desorganizado, tan caótico, tan explotado de manera vil e interesada por otros. Sobre manera fue el mismo Ernesto el que tomó mayor conciencia, y a partir de ese instante dio un giro total a su mentalidad, a lo que tenía pensado para su propia vida. En cuanto regresa a casa se plantea una lucha personal con el fin de lograr una América fuerte y unida, orgullosa de su cultura y tradiciones, que no se dejara pisar por intereses venidos de patrias extranjeras deseosas de exprimir ese maravilloso limón. Lo cual supone todo un viaje del exterior al interior de ese ser humano, de ese ser sensible, de ese ser comprometido con una causa. Una iniciación verdadera y humanista. Una lección para todos.

Viaje iniciador de ideales

P.d. Si habéis leído esto, sois la resistencia que viaja por esos mundos…

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