LA FAMILIA TRAPISONDA

Cuando veo lo que acabo de ver en la pantalla chica, en La2, hace sólo unos pocos días siento que no soy nada, que tengo mucho que aprender en lo tocante a las relaciones personales. Me siento tan desvalido y tan niño como los personajes de Casandra, Héctor y Aquiles, que se desnudan en cuerpo y alma ante la cámara, haciendo un ejercicio pleno de libertad, naturalidad y verdad que te deja patidifuso y patitieso al mismo tiempo. Casandra, aparte de ser magistralmente encarnada por Carmen Machi, era la sacerdotisa de Apolo a la que se le concedió el don de la profecía, aunque tras diversos azares amorosos nadie más creyó en sus vaticinios, por ejemplo el del engaño del caballo de Troya, y ya sabéis la que se lió. Héctor, interpretado por Gonzalo de Castro, fue un príncipe troyano encargado de la defensa de la ciudad frente a los aqueos; era hermano de Casandra y llamado el domador de caballos. En cuanto a Aquiles, al que le pone faz y cuerpo el gran Alberto San Juan, fue un héroe en la guerra de Troya y gran protagonista de La Ilíada de Homero; considerado el más veloz de los hombres, se le conocía como el de los pies ligeros.

Estamos hablando de cosas serias, nada menos que de la mitología clásica y la familia, que a pesar de parecer tan distantes en el espacio y en el tiempo siempre estuvieron emparentadas. De la primera decir que conservo en la librería un par de ejemplares, uno de mitología griega y otro de romana, que para ser sinceros tendría que leer de nuevo; de la segunda todos tenemos asignaturas pendientes, una institución que siempre está ahí y que no escogemos, es la que nos toca y hemos de bregar toda la vida con ella. Un suponé: si le metemos un poco de gracia y ritmo a la coctelera, saborearemos un especial de la casa, un clásico cocktail oriundo de Hispania que se transforma (como por arte de birlibirloque) en universal e intemporal. Es la FAMILIA con mayúsculas, es el family cocktail.

Las furias (2016) es el preparado de hoy. Agitado no movido, que diría el otro, porque si lo zarandeamos demasiado, podemos despertarlas. Digo a las furias, que eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de determinados crímenes. Así eran llamadas en Roma, mientras que en Grecia se les conocía como las Euménides. Sea cual fuere el nombre que se les pusiese, eran y son funestas e imprevisibles. Esto lo sabe bien la joven María, la que verdaderamente cuenta esta historia que parece sencilla pero que si lo piensas tiene mucha carga de profundidad, mucha mala baba y también grandes dosis de humor. Un humor agridulce, arbitrario, de llorar y reír al mismo tiempo. Miguel del Arco realiza aquí su ópera prima y no lo parece en absoluto; viene del teatro con el bagaje de dramaturgo experimentado, es además guionista y fue actor en sus inicios, así que conoce el oficio y tiene un amplio abanico profesional para poder hacer frente a este proyecto.

Como decíamos ayer, María posee una sensibilidad especial junto con un brote psicótico no diagnosticado, y en su mente cree que las furias en realidad existen. Convive con su abuelo enfermo de alzheimer y cuida de él, alguien que ha sido el pilar familiar pero también ha marcado de forma decisiva a sus hijos en el terreno emocional. Curioso el nombre de la familia: Ponte Alegre, que en el momento vital que se nos presenta no hace ni mucho menos honor al mismo. Este es un retrato nada amable de la vida y las relaciones que trocan a lo largo del tiempo y lo que era blanco ahora es negro y lo que era negro después pudiera ser gris (perla). Ojalá hubiera yo disfrutado, y supongo que también sufrido, de ese maremagnum de formar parte de una gran familia, pero al ser hijo único, todas esas sensaciones se degustaron en petit comité, en pequeñas dosis; cada uno juega con las cartas que le tocan, como bien dice el refranero español.

Aunque María se convierte en nuestros ojos y nuestro corazón, éste no puede más que partirse en diminutos pedacitos para darle a cada uno de los numerosos personajes de este microcosmos un aliento de vida y una pizca de las más diversas emociones que van del olvido a la lucidez, de la preocupación a la sobreprotección, de la complicidad al momento «trágame tierra» o del cinismo a la más hermosa demostración de amor y ternura. Todo nace de un momento de cobardía de la matriarca Marga (la maravillosa y veterana Mercedes Sampietro), una psiquiatra que mantiene una relación sentimental con una colega argentina llamada Julia, interpretada por esa arriesgada, inclasificable, enigmática y hermosa actriz que es Bárbara Lennie. Ella da mucho morbo y, no hay que decirlo, lleva adelante una carrera con un talento que quita el sentío.

Esa madre con ese nombre que es puro oxímoron, Marga Alegre, no es capaz de contarle a sus hijos que está con una mujer, y eso le conduce a una absurda mentira que desemboca en otra y en la improvisada boda de Héctor, uno de sus vástagos, en la casa de verano familiar en la que han compartido tantas cosas… en el encuentro de todos en este caserón en algún lugar de la costa española, un antiguo paraíso ahora decadente y olvidado, se habla de padres con un pasado de esplendor al que los hijos nunca soñaron llegar, se habla de pecados paternos que fueron purgados por ese grupo familiar durante años y que en estos días en «Casa Alegre» desatan tormentas que llevan a una calma deseada y dolorosa, se habla de viejas rencillas entre hermanos, cuñados y yernos que se quieren y se machacan al mismo tiempo; todos estos vericuetos confluyen en una rocambolesca tarde donde la catarsis griega cubre con su manto a estos seres humanos imperfectos y llenos de dudas, en los que todos nos podemos ver reflejados en un momento dado de nuestra vida.

Los hermanos son tres, como los cerditos, mas esto no es un cuento infantil. Para sus padres, Casandra, Héctor y Aquiles eran grandes nombres para grandes proyectos de seres humanos, que aún están por hacer, frustrados y llenos de dudas; es bien sabido que nunca acabamos de madurar y a veces nos sorprendemos con nuestras propias reacciones, sean buenas o menos buenas. Aparte de las furias, la tragedia y la comedia sobrevuelan por encima de sus cabezas. Magnífico este retrato coral con un trasfondo teatral muy marcado y una portentosa actuación de Macarena Sanz, esa María sufriente, la más coherente del grupo a pesar de su edad y su mente. El reparto que la acompaña está perfectamente conectado; junto con los arriba mencionados están también espléndidos Emma Suárez, Pere Arquillué o Gloria Muñoz. A pesar de ser familia, no dejan de ser extraños, todos lo somos un poco hasta de nosotros mismos, ¿no?

Y qué comentar de ese padre, de ese José Sacristán, que absorbe nuestra emoción, la retiene en su yo más profundo y la lanza al universo con unas miradas, unos silencios y en unas declamaciones de pretéritos Shakespeare(s) que te hacen creer que Sir Laurence Olivier fue un simple aprendiz. Tengo debilidad por este actor madrileño, qué le voy a hacer. Chín chín, maestro de Chinchón.

Seres extraños en días extraños

P.d. Si habéis leído esto, sois una resistencia familiar y cercana…

Alan Smithee, jr.

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