Lo aprendí de ti Hermano. El trabajo en equipo es fundamental y nunca se deja a nadie atrás. Son dos de tus más grandes lecciones aparte de tu generosidad y ese corazón que no te cabe en el pecho.
Hemos caído muchas veces en este territorio salvaje en el que se convierte la existencia demasiadas veces. Tú por tu forma de ser, por la mala suerte, yo, por mi forma de ser, por la suerte que me acompaña.
Pero nos levantamos Antonio. Mil y una veces. A pesar de esas caídas, aquí estamos. Como diría el hijo de un amigo, «hasta el infinito y más pallá». Cual si fuéramos Woody y Buzz en Toy Story. El camino está lleno de obstáculos que vamos salvando con mayor o menor solvencia. A cada paso que se da surge alguien navaja en mano dispuesto a perpetrar algún atraco al primer incauto que tiene el infortunio de toparse con él. Y tú yo somos incautos muchas veces, reconozcámoslo. A pesar de las cicatrices que llevamos ya acumuladas en nuestra piel. Quizá sea que somos dos eternos adolescentes que no han madurado lo suficiente.
De todas formas, ¿sabes Hermano…? Prefiero seguir así, con una cierta adolescencia pegada a mi piel antes que renunciar a determinados sueños, y sobre todo, con ese pilar fundamental que plantaste en mi forma de ser. NUNCA SE DEJA NADIE ATRÁS
