
Lo confieso. Me encantan. En la dehesa, eso sí. Me gusta verlos correr, pacer…
Confieso que también me gustan en el plato, regados con un buen vino.
Pero no me gusta esa mal llamada fiesta nacional en la que se maltrata de forma salvaje a un bello y noble animal. No me sirve el pretexto de que sin esa «fiesta» el toro desaparecería. ¿Han desaparecido el lince, el búfalo, el águila imperial? Cerca han estado por obra del hombre. Ese mismo hombre también podría crear «reservas» que podrían generar recursos económicos en forma de dehesas donde se mostrase todo lo relacionado con la vida de este animal, sin necesidad de que su final fuese el de esa tortura a la que es sometido.
Déjense de historias. Eso no es una fiesta. Es una salvajada como lo era el sacrificio de cristianos con los leones en Roma.
No por ser una tradición es civilización. Bajo mi punto de vista, insisto, es una salvajada.
