Cuando el Sol se acerca ya al horizonte que se divisa desde la ventana de mi «Leonera» he recordado un artículo que se ha perdido en el ciberespacio, y que escribí en su día pensando, recordando a mi madre. Hablaba en dicho escrito del sonido del péndulo del reloj que la acompañaba en el salón de su casa, de las cosas que ella veía, tocaba, en su día a día, en sus noches de insomnio…

Hoy, tras poner en marcha esta sonda que espero atraviese los confines de Orión aunque sea en nuestra imaginación, he recordado los otros silencios. Los de cada una de la víctimas de este maldito virus que diezma nuestras ciudades, pueblos. Silencios que a su vez, y paradójicamente, llenarán de dolor desgarrado y llanto miles de estancias, dormitorios, salones, vidas.

Mi artículo de entonces se tituló «Relojes entre el silencio». Hoy, desde el silencio de esta madrugada que acaba, tan solo interrumpido por el ladrido de los perros y el sonido del teclado, quiero rendir mi particular homenaje a todos aquellos que nos han dejado en estos días, y a los que por desgracia, seguirán dejándonos.

Por supuesto, jamás olvidaré la labor de todos los profesionales que están arriesgando sus vidas para que el silencio no lo invada todo a nuestro alrededor. Sanitarios, policía, comerciantes, agricultores… No es que a fuerza de repetirlo los medios de comunicación los hayan convertido en héroes. Es que su labor está siendo titánica.

Por todos ellos, por los que se han ido en medio de una cruel soledad, por aquellos a quienes no pudieron decir adios… el silencio.

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Por José Manuel Lasanta Besada

Licenciado en Ciencias de la Información, Periodismo, que se creyó Don Quijote, chocó con los molinos a las primeras de cambio, se levantó, y aquí sigue.

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