LA DECLARACIÓN DE AMOR YA SE HACE PESADITA, ¿NO?

La parte contratante de la tercera parte debe ser igual a la parte contratante de la tercera parte. Después de este batiburrillo legal y humorístico sacado de los geniales Hermanos Marx ¡por favor!, les ruego que no se vayan todavía, que aún hay más ¡No olviden supervitaminarse y mineralizarse! Y por cierto, este tercer acto va dedicado a vosotros, Claudia y José Manuel, que en la jornada de hoy os casáis. Este es mi pequeño obsequio. Enhorabuena de corazón y gracias por dejarme formar parte de vuestra vida.

Me viene a la cabeza como un fogonazo en plena tiniebla aquel agosto de mediados de los 90 en que dio comienzo el primer ciclo de cine japonés organizado por un grupo de chavales frikis llamados OTAKU SHIN (de alguna manera fueron los primeros pasos del actual Salón Manga que lleva más de veinte años bajo la tutela de esta organización). Durante dos jornadas y bajo un calor sofocante nos proyectaron a los cuatro gatos orientales que allí nos congregábamos grandes películas de Yasuhiro Ozu, Takeshi Kitano y sobre todo la versión extendida de Los siete samurais (1957), de Akira Kurosawa. Más de tres horas y media con 40°C en un antiguo casco de bodega en la calle Paúl, con un sencillo y único ventilador, que cuando llegaba a mi altura creía en todos los dioses del Olimpo. En la actual Casa de la Juventud, que actualmente tiene una sala de proyección muy coqueta, si no perecí allí no lo haré nunca. La grandeza del autor nipón, las ganas y la ilusión que le pusimos todos fue lo que nos salvó del desastre. ¡Por Buda, qué obra maestra!

Hablando de veranos, los cines estivales me han acompañado a lo largo de las cuatro últimas décadas. El primer recuerdo es el de mis padres llevándome a Sanlúcar a un cine que estaba creo que en La Calzada, lo que no rememoro es lo que vi. Una chispa que me viene a la cabeza, ¿alguien se acuerda que en los 80 Hipercor montaba una sala prefabricada en la explanada delantera (donde está actualmente el enorme parking) y con el tejemaneje de los hipercores íbamos al cine? Allí fui unas cuantas veces, y una de ellas me lo pasé en grande, era yo pequeño, viendo Cristal oscuro (1982), mientras saboreábamos gominolas que «habíamos dejado de pagar» en la tienda un rato antes. Cosas de la edad. Otras sesiones veraniegas se realizaron durante esa década en el Parque González Hontoria con sus dos salas contiguas (algo surrealista teniendo en cuenta que estaban al aire libre y se solapaban los sonidos); en un mismo estío dos imborrables hits muy extremos: por un lado El oso (1988) de Jean-Jacques Annaud, con el que me quedé con la boca abierta y el corazón encogido de emoción, y por otro Mi novia es una extraterrestre (1988), donde mis adolescentes pulsiones buscaban a Kim Basinger y encontraron un bodrio de tomo y lomo que ni siquiera resultaba mínimamente erótico. Por otro lado, se intentó en los 90 recuperar el antiguo Cine Astoria, pero resultó un fracaso con una pinta estupenda, algo típico español. En la última década voy mucho, ahora con Nuria, a los cines de verano de El Puerto de Santa María. En los años iniciales al colegio San Luis Gonzaga, donde había un ambigú con unos bocatas de tortilla y de carne mechada que quitaban el sentío. Y después se trasladó al patio porticado del colegio San Agustín, en pleno centro, más bonito pero sin ambigú, qué le vamos a hacer. Ambos lugares con un ambiente estupendo y atractivas propuestas de películas clásicas o actuales en su idioma original. Incluso este verano de 2020 el ciclo se ha realizado con mascarillas, geles hidroalcohólicos y distancia de seguridad incluidas.

Hice a veces pequeñas locuras, las sesiones dobles en diferentes cines. El ir al Jerezano a las seis y luego a las ocho al Luz Lealas o bien comenzar la tarde en este último para enlazar con el Cine-club a las nueve menos cuarto. Era un juego estupendo y nada estresante en esa época, ahora seguramente no lo haría. Otra locura que duró apenas nada fue el momento en que llegó el ocaso del cine Jerezano. Poco después de que dejaran de proyectarse películas de estreno hubo un intento de salvarlo mediante una serie de sesiones dobles en v.o.s. que comenzaron en abril y duraron hasta finales de agosto. Una gran idea, con dos filmes de una misma temática por semana, precios económicos, pero también arriesgado. Entre que no se publicitó nada y que la gente no acabó de animarse pasó lo que tenía que pasar. Un 27 de agosto de 1998 el cine sito en plaza de San Andrés echó el telón, la crónica de una muerte anunciada estaba escrita.

Un golpe duro fue la primera vez que vi el solar del antiguo Luz Lealas. Volvía del centro en moto y cogí por calle Lealas. Ya sabía por las noticias que se había demolido días antes debido a un incendio provocado por causas desconocidas (los indigentes se habían convertido en okupas de un edificio devastado y en ruinas), pero al verlo con mis propios ojos fue todo un shock. Tuve que pararme, bajarme de la moto y quedarme un rato allí solo, en silencio, casi como quien vela a un ser querido. Los recuerdos afloraron uno tras otro como una cascada y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Se produjo hace ya unos años pero creo que también se me escapó alguna lagrimita. Por eso y mucho más no quise ir a la demolición, lo iba a pasar mal y me iba a convertir en uno más de los personajes de ese maravilloso canto al cine, esa historia que me ha marcado tanto como es Cinema Paradiso (1988), cuando todo el pueblo y el protagonista Totó asisten al momento del derribo de toda una vida de recuerdos, de besos robados, de una parte de ellos mismos. Otra ventana que se cerró fue en abril de 2012 cuando de un día para otro los ciclos de cine, organizados por la UCA en colaboración con el Ayuntamiento de Jerez, se suspendieron y desaparecieron del mapa. Fue esa brillante aventura gráfica de Paco Roca, Arrugas (2011) la que cerró esa etapa. Se celebraban en una recuperada y restaurada Sala Compañía, que era y sigue siendo el lugar ideal, y decir que a día de hoy se usa a cuentagotas para otras cosas, ¡ay, esta ciudad resulta patética en algunas decisiones! El motivo de todo esto lo desconozco, quizá fueran los recortes en cultura y eso lo acabamos pagando unos cuantos, la verdad es que íbamos bastantes. Disfrutaba yo mucho de esa digamos prolongación del Cine-club en el puro centro, en un entorno mucho más propicio para videar filmes de autor con diferentes inquietudes a las del cine estrictamente comercial.

Y ya de manera anecdótica, más que golpe se puede definir como caricia: en algunas ocasiones hubo, aprovechando la oscuridad de la sala, vanos y torpes intentos de tocatas a Lolitas que provocaron posteriores fugas de las mismas en La mayor (de edad). Así que no tenía más remedio que ver lo que se proyectaba. No he sido yo lo que se dice un galán en la fila de los mancos, aunque para mi sorpresa y en una etapa concreta, a principios del nuevo milenio, sí que levanté pasiones entre personas de mi sexo, mas ahora el que no estaba por la labor era yo. Eran épocas de bandanas al cuello, no sé si el síndrome de Brokeback mountain ejercía alguna influencia.

A mi cabeza viene un recuerdo reciente. Las varias veces que tú, José Manuel, y un servidor fuimos juntos al cine, y en concreto una. La fecha, 16/04/2015. La película, 2001: una odisea del espacio (1968). Era una copia remasterizada de la obra de Kubrick y la experiencia que vivimos en Bahía Mar fue indescriptible. No éramos muchos en la sala pero el silencio y los valses de Strauss allá en el espacio traspasaron la pantalla y nos envolvieron a todos y cada uno de los que allí nos congregábamos. Poder disfrutar juntos de ese clásico que nunca hasta entonces había podido videar en pantalla grande…ufff, se me pone la carne como al pobre HAL-9000 durante su asesinato a sangre fría, mientras cantaba «Daisy» y se iba apagando poco a poco.

Casi como colofón tengo una historia muy bonita que contar: en el verano de 2013 de nuevo Mónica y Gonzalo me acogieron unos días en su casa, pongamos que hablo de Madrid. Esta vez iba a visitar la macroexposición dedicada a Salvador Dalí en el Museo Reina Sofía. Entre muchas de las cosas que pude hacer ese fin de semana largo fue ir a la Filmoteca, al precioso Cine Doré. Allí ponían una peli francesa, Pequeñas mentiras sin importancia (2010). La verdad es que no tenía idea de lo que iba a ver, pero como el cine francés me gusta mucho, pues nada. Lo que ocurrió en esa sala fue tremendo, se produjo un seísmo en mi interior, una terapia en vena, todo de lo más sorprendente. Me vi tan identificado con el grupo de amigos que pierde a uno de los suyos y se reúnen en una casa, con sus relaciones, miserias, alegrías y complicidades que al cuarto de hora empecé a llorar y no paré hasta el final. Lo hermoso fue que una chica desconocida que se sentaba a mi lado, viendo lo que estaba pasando, me cogió la mano y así estuvimos todo el rato. La singularidad de esa desconocida señorita fue algo muy especial, me ayudó mucho su generosidad y ternura, pero se levantó cuando aparecieron los títulos de crédito y no me dio tiempo a intercambiar palabra alguna ni a darle las gracias. Sólo su sugerente silueta de mujer y su sonrisa cómplice en la tenue semioscuridad me acompañarán en mi retina interior de por vida. Nunca supe ni sabré su nombre.

Para finalizar y aunque sean recuerdos de pantalla chica, quiero hacer un pequeño homenaje a dos programas de la tele que para mí han sido fundamentales: primero ¡Qué grande es el cine!, idea de José Luis Garci y sus amiguetes, donde durante años disfruté los lunes por la noche de muchas y grandes películas (sobre todo clásicos) difíciles de poder ver en aquellos tiempos pre-internet, con sus amenos, didácticos y magníficos debates posteriores con Juan Cobos «el cuentacuentos», Miguel Marías «el british» o Juan Miguel Lamet «el carpetovetónico», además de otros muchos. Fueron noches de una educación cinéfila en toda regla; y en segundo lugar en otra onda, ese imperecedero y eterno programa (actualmente supera las 1250 ediciones) que es Días de cine. Nació en octubre de 1991 como homenaje a Días de radio (1987) de Woody Allen. Lo que no habré yo aprendido de esta joya a la que han vapuleado en horarios pero ahora parece asentada los viernes por la noche. Nunca podré agradecer lo suficiente a ese genio de la comunicación y la empatía que es Antonio Gasset-Dubois las carcajadas que salían de mi garganta (profunda), las sonrisas cómplices y la absoluta compenetración con el fondo y la forma de sus argumentaciones. Un crack con el que me encantaría pasar una velada. Sardónico, irónico, crítico, divertido, humano…

Bueno, hasta aquí algunas de mis remembranzas con el séptimo arte como telón de fondo. Creo no haber perdido un ápice de ilusión cada vez que voy al cine después de todos estos años. He cambiado en muchos aspectos pero no en lo esencial, en el amor incondicional a un arte que nos hace libres, nos enseña tolerancia, nos compromete con el prójimo y con el lugar que habitamos, el planeta Tierra. Siempre será para mí un milagro eso de que se reúnan personas desconocidas en una sala oscura para mirar (y admirar en ocasiones) una pantalla en blanco que se convierte en lugar de soñadores y voyeurs en cuanto se escucha el ruidito de máquina de proyección ¡Luces, cámara, acción!

Kubrick, puro cine

P.d. Si habéis leído esto, sois la resistencia…

Alan Smithee, jr.

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Un comentario en «FRI(KINO)POLIS OF MY HEART (Y III)»
  1. ¿Qué te puedo decir amigo? Gracias por este regalo, y ante todo, gracias por tu AMISTAD. Sé que soy una «montaña rusa» bastante impresentable muchas veces. Gracias por tu HONESTIDAD, tu tesón a la hora de ser fiel a tus ideas, tu cultura, tu incansable lucha por vivir -insisto- fiel a tu concepción de lo que es correcto.

    P.D. También yo sufro cuando paso por la calle Lealas y veo aquel deprimente solar que un día fue fábrica de sueños. Por cierto, ¿No sería un buen lugar para un cine de verano? Yo nací junto a él, en Icovesa, y entre mis recuerdos están mis «galopadas» dándome tortazos en las nalgas cual si animase al caballo de John Wayne, entre otros.

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