UN MONUMENTO A LA TRADICIÓN DEL SAINETE ESPAÑOL: DON LUIS GARCÍA BERLANGA (I)

Tengo miedo. L.

Con esta frase concluye la carrera cinematográfica de un genio, un ser humano que hizo más por España que muchos embajadores, políticos y correveidiles de nuestra piel de toro. Quiero empezar con ella a darle el homenaje que hace tanto le debía. También he tenido miedo o mejor dicho extremo respeto por ponerme a hablar en serio sobre el valenciano, no me atrevía a hacerlo. Supongo que cuando admiras y quieres a alguien de una manera tan desenfrenada, desaforada y pasional, es mucha la responsabilidad de plasmar en palabras el cómo y el cuándo se forjaron esas sensaciones. Ahora llegado el momento espero estar a la altura, Luis. Si no es así, que sepas que lo hago con todo el cariño.

En una inolvidable secuencia un personaje recoge una bici tirada en la cuneta de la carretera e inicia una huida hacia ninguna parte, mientras la cámara se eleva mostrándonos el icónico toro de Osborne formando un conjunto coral con el asta rota de la bandera de la Comunitat Valenciana y con la gitana española por antonomasia montada en su grupa negra. París-Tombuctú (1999) fue el epitafio fílmico de Luis García Berlanga Martí (Valencia 1921-Madrid 2010), un director al que le debo entre otras cosas contemplar, sentir y disfrutar la vida de otra manera. Son pocos los elegidos que consiguen sacar de uno mismo algo que ni sabía que tenía, y él es uno de esos maravillosos seres. Desde que tuve uso de razón empecé a interesarme por su cine, sin conocerle apenas nada me llamaba la atención lo diferente que era de los demás directores que le rodeaban, lo excesivo de sus personajes y situaciones que sin embargo me parecían tan cercanas, tan de aquí. Me atraía su punto de vista sobre el mundo y las personas que lo habitamos, fue, no sé, un flechazo a primera vista.

Penúltimos fotogramas de un genio

Era yo muy joven aún y una mijita locuelo, no entendía muchas de las cosas que decía en las pocas entrevistas que concedía a los medios, pero me caía bien, me reía a carcajadas con sus disertaciones y sonreía con sus divagaciones. De alguna manera me recordaba y me recordará siempre a mi añorado tío Juan. Fui creciendo con sus películas, dándome cuenta con el tiempo que sus obras no eran ni tan extravagantes ni tan excesivas; eran la fiel continuación de una tradición española que viene de antiguo: el sainete, la tragicomedia y el esperpento. Quevedo, Valle-Inclán, Baroja, Gómez de la Serna, Muñoz Seca, Jardiel Poncela…pero eso lo fui aprendiendo más tarde.

Todo tiene un origen, Luis también. Berlanga venía de una familia muy activa políticamente. Su abuelo fue miembro del Partido Liberal de Práxedes Mateo Sagasta, llegando a ser diputado en Madrid y presidente de la Diputación de Valencia, mientras que su padre comenzó igualmente con los liberales, pasando luego al Partido Radical de Alejandro Lerroux y acabando en la Unión Republicana de Diego Martínez Barrio. Señalo y puntualizo la idea porque este compromiso familiar le dejaría una huella profunda tanto en su vida como en su filmografía. Él mismo llegó a alistarse e ir a la Unión Soviética con la División Azul para salvar de una segura condena a muerte a su padre por ser represaliado político del régimen (aunque con su gracejo habitual también decía que lo hizo porque le gustaba una chica y quería impresionarla). Fue alguien con un marcado carácter libertario e idealista, pero poco a poco se fue dando cuenta de la realidad de esa España en la que vivía, haciéndose cada minuto más y más pesimista acerca del ser humano, de su actitud cobarde ante la vida.

Nunca se exilió, prefirió luchar a su manera desde dentro del sistema, intentando dinamitarlo o al menos dejar clara constancia de su desacuerdo con el régimen de Franco, por supuesto dentro de las posibilidades que había. Únicamente tuvo que irse al extranjero a rodar películas cuando no se las dejaban filmar en nuestro país, como el caso de Francia con Tamaño natural (1973) o el de Argentina con La boutique (1967). El resto de su intensa carrera la desarrolló en España con más o menos acierto, bregando siempre con la torpe y voluble censura.

Pepe Isbert que en gloria esté

Hablando de ella, hay multitud de anécdotas. Por ejemplo la de cuando presentó un guión para que se lo aprobasen y el censor leyó la primera página, que rezaba así: «Secuencia 1. Exterior noche. Plano general de la Gran Vía». El buen hombre tachó en rojo la línea y dejó de leerlo. La decisión, fulminante. Rechazado. Su explicación fue curiosa. «¿Quién dice que siendo usted Berlanga no va a poner a unos cuantos obispos entrando en el Pasapoga¹? O aquella que cuando acabó el guión de Los jueves, milagro (1957), le dijeron al cineasta que sólo podía empezar el rodaje siempre que aceptara las sugerencias de un teólogo jesuita, el padre Garau. Tan encima estuvo (aparte de ser censor es muy simpático, aseguró el cineasta) que el director le propuso al abogado Fernando Vizcaíno Casas que el sacerdote apareciera como coguionista en los títulos de crédito, ya que escribió doscientas páginas de correcciones en torno al personaje de San Dimas. La socarronería no se hizo realidad. El valenciano en estado puro. También recuerdo que la gente se quedó con el detalle del monumental enfado del presidente del jurado en la edición de ese año en el Festival de Cannes, el actor Edward G. Robinson, cuando puso el grito en el cielo al ver la secuencia final de Bienvenido Míster Marshall (1953) en la que la bandera norteamericana es arrastrada a una alcantarilla por el agua de la lluvia. Curiosamente la bandera española también se iba por el desagüe pero era menos llamativa en ese B/N de la época; sin embargo la mayoría del público no se fijó en los tres francamente difícil que nombraba Fernando Rey en su papel de narrador haciendo sutil alusión al dictador. Búsquenlos, están ahí, tal que la ranita en la fachada de la Universidad de Salamanca.

Inquieto y con inquietudes desde siempre. Al pequeño Luis le apasionaba la poesía, en concreto Federico García Lorca. Estudió Derecho, lo dejó. Luego Filosofía y Letras, más de lo mismo. Hasta que comenzó a flirtear con el cine, ingresando en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid allá por 1947. Ahí entabla amistad con compañeros de generación con ideas afines a él, pero sobre todo con algo en común: su pasión por el séptimo arte. Hablo de Florentino Soria, Agustín Navarro y de una manera mucho más íntima estrecha lazos con Juan Antonio Bardem, con el que formaría un tándem perfecto, empezando juntos a regenerar la arcaica y conservadora cinematografía hispana.

No pensaban precisamente de igual forma, eran muy diferentes en el carácter y venían de orígenes diversos, pero pusieron la primera piedra de lo que luego se acabaría llamando el nuevo cine español. Hasta ese momento estábamos inmersos en rancios géneros de capa y espada, folclórico, propagandista…y surgió, nunca mejor traído, Esa pareja feliz (1952). A partir de ahí se produce el cambio, se reescribe la historia de lo que pudimos ser y no logramos como país pero sí como arte cinematográfico. Este filme ya contiene alguno de los retazos de lo que Luis sería capaz de desarrollar a posteriori. Interpretada en sus papeles protagonistas por Fernando Fernán-Gómez y Elvira Quintillá, codirigida por Berlanga y Bardem, el tono que desprende tiene mucho más que ver con el primero que con el segundo, con un toque amargo y crítico que el sistema y la dictadura no entendió. Respiraba influencia del neorrealismo italiano por los cuatro costados, cosa que se repitió en varias de sus siguientes obras. Más tarde los dos cineastas separaron sus caminos en la dirección (colaboraron en guiones posteriores) pero no en sus vidas privadas. Fueron amigos hasta la muerte.

¡Vecinos de Villar del Río!

P.d. Si habéis leído esto, sois la resistencia…

¹Pasapoga Music Hall fue una famosísima sala de fiestas madrileña, situada en los bajos del cine Avenida, en el número 37 de la Gran Vía. Su nombre es un acróstico formado por las dos primeras letras del apellido de sus cuatro propietarios: Patuel, nchez, Porres y García.

Alan Smithee, jr.

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