UN MONUMENTO A LA TRADICIÓN DE LA TRAGICOMEDIA ESPAÑOLA: DON LUIS GARCÍA BERLANGA (II)

El otro día no comenté nada pero deseo que estas tres entregas sean para vosotros lo más amenas posibles, no unos tostonazos de padre y muy señor mío, que sean unas metafóricas pinturas impresionistas a base de pequeños brochazos de sensaciones y vivencias que formen un conjunto armónico y colorista en torno al maestro valenciano. Empecemos, empezón. Comencemos, comenzón. Socabremos…

Recuerdo como si fuera ayer mismo allá por finales de los 80 lo primero que vi de su persona. Fue su trilogía de la transición española: La escopeta nacional (1978), Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982). En plan guasa diré que es nuestra particular Guerra de las galaxias pero a lo castizo; a veces parecían tener mayor credibilidad las historias de los Jedi que las andanzas y locuras de la familia Leguineche.

Sin haber participado vívidamente como adulto de esos momentos históricos y de determinados estratos sociales, cuando he crecido me he dado cuenta que los Leguineche se parecían a la realidad cual dos gotas de agua colocadas en una vitrina de exposición. Tengo en la cabeza a dos familias cercanas que frecuenté en mi barrio durante una época (jugaba con sus hijos de nombres viscontinianos como Héctor o Fabricio), tenían títulos de Marqués y de Duque y sin embargo estaban tiesos como la mojama, eran pura fachada. Ahora pensando en ellos me sonrío y me digo, ¡vaya tela! Esta saga cinematográfica que nos ocupa me parece más bien un largo documental, el que retrata mejor ese tiempo de la transición. En algunos aspectos hoy en día esta España que nos cobija no está tan lejos de aquello. El padre Calvo, Chus, Segundo, el marqués de Leguineche and son (end of the saga), Viti, Canivell, Álvaro, la condesa, Solange… toda una partida de mamarrachos y estrambóticos personajes que te hacen reír con sus historias, astracanadas e hipocresías pero con un puntito amargo a la vez que tierno. Te dan algo de lástima y de grima. Es más, sigo viéndolas y no paro de descojonarme en cada plano.

Clase magistral

De manera ingeniosa suponen una punzante y mordaz crítica a la política de cacerías, de amaños, donde todo se cocía y nada se resolvía; son un brillante retrato de una sociedad trufada de ineptos que se creían napoleones y de curas fanáticos más papistas que el propio Papa de Roma, pone a caldo a listos, listillos y tontos de capirote para finalmente hablar de los rencores y heridas del pasado de nuestro país que algunos se niegan a querer cerrar. Nuestra contradictoria y amada España en su salsa (a la castellana).

Una pena que teniendo escrito el guión en los años 90 de la cuarta entrega que cerraba la historia, ¡Viva Rusia!, no pudiera llevarla a cabo y se quedara en agua de borrajas. Luego he sabido que tuvo muchos problemas para su producción, primero con la muerte de Luis Escobar y su consiguiente aplazamiento y después con el no otorgamiento de la subvención correspondiente para su realización. Como último apunte, en esas películas descubrí lo que era el famoso plano secuencia del cineasta mediterráneo. Algo muy complicado de realizar, sólo unos pocos lo dominaron y Berlanga fue uno de ellos. Para lograrlo hay que tener un exquisito control de la técnica, del timing, y en eso era un maestro. Que los actores entren y salgan de plano, fraseen sus diálogos tanto como que aporten su fisicidad en el momento justo es sumamente complejo, pero él se quitaba importancia, diciendo en multitud de ocasiones que comenzó a realizarlo porque se daba cuenta de lo pesado que era la labor de montaje en sus obras. Por simplificar (yo apuntaría a que en parte era un pelín vago) empezó a rodar planos más y más largos y se dio cuenta de que de esa manera estos le otorgaban mayor continuidad a la historia, mayor ritmo, aparte de hacer más sencilla la tarea de montar la película. Así creó un estilo, como casi siempre por puro azar.

Sus obras siempre hablan de lo mismo: un personaje protagonista (aunque su cine era el más coral y con los mejores diálogos entrecruzados que yo haya visto jamás) perseguía un fin concreto y luchaba por obtener, conseguir o alcanzar alguna meta, no especialmente elevada sino digamos que a ras de suelo o de andar por casa, y siempre se topaba con un sistema que le impedía realizar su pedestre sueño. Es la historia de una frustración, de la maquinaria que machaca al individuo y la libertad de escoger su propio camino.

Siempre hubo clases, ya se sabe…

Tras estos tres filmes continué visionando cuando la ocasión se me presentaba, en cine-clubs o en la televisión clásicos suyos de la primera etapa como Bienvenido Mister Marshall (1953), Novio a la vista (1954), Calabuch (1956) o Los jueves, milagro (1957). Las he visto posteriormente muchas veces pero sigo manteniendo mi primera impresión. Son obras muy hermosas hechas con sensibilidad mas no exentas de una crítica velada e inteligente. Este grupo de filmes tienen en común multitud de detalles. El más destacado, una mirada tierna y nada hiriente de unos personajes a los que trata de manera algo condescendiente. Y también una técnica que parece tosca, poco cuidada, cosa rotundamente falsa. Esto es lo más difícil de hacer, parecer natural e improvisado cuando en realidad todo está estudiado y requeteestudiado. Berlanga consigue despistar al más pintado.

Podría hablar de todas pero destacaremos dos de ellas. Recomiendo encarecidamente la visión de una joya como es Novio a la vista. Quizá contemplada ahora sea la más naif pero resulta encantadora, llena de un humor muy fino y chispeante. Es un retrato de esos veraneos de familias acomodadas en el norte de España, cosa que estaba muy de moda, donde los protagonistas son los jóvenes que despertaban a los amores y deseos, corrían aventuras soñadas y se enfrentaban a los mayores con sus ideas antiguas, los cuales tampoco se quedaban atrás en cuanto a sus historias personales y sus divagaciones. No sé qué grupo era más torpe, más pardillo. La inocencia estaba quizá más cerca de los adultos que de los chicos. Y está la jovencita Josette Arnó, de la que uno no puede más que enamorarse perdidamente.

Hablemos de la segunda. La influencia del neorrealismo italiano se acentúa, notándose la mano de guionistas con una excelente tradición y talento como Edgar Neville o Miguel Mihura. Calabuch quizá no sea oficialmente su mejor obra ni la más reconocida, pero a mí me llega más que ninguna, es mi favorita igual que lo es para Miguel Marías, con una atmósfera mágica e irreal que te envuelve. Está llena de una radiante y profunda humanidad, de una ternura infinita hacia unos personajes a los que nunca juzga y a los que trata como un padre protector. Como ese pique maravilloso entre el cura Félix Fernández y el farero Pepe Isbert cada vez que juegan al ajedrez por teléfono, impagable las trampas que el uno le hace al otro. Otro detalle gracioso es el hecho de que el preso «Langosta» entre y salga de la celda y le diga al carcelero con quien tiene una relación muy especial que no volverá tarde a dormir, mientras que en otras ocasiones le dé la lata con la trompeta y se la requisen. Y algo que me hace colocar una sonrisa frente al espejo es el propio Jorge, el científico norteamericano y premio Nobel, que se enamora (como no podría ser de otra forma) de un lugar sencillo del Mediterráneo que cada vez estoy más convencido que no es un pueblo sino un estado de ánimo. Rodada en la hermosa e irrepetible Peñíscola, es una obra irregular con un guión lleno de imperfecciones, cosa que no ocurría cuando Berlanga comenzó a colaborar con Rafael Azcona, sin embargo a mí me da exactamente igual. A la vez que es crítico con el régimen y con los aprovechados del mismo, los contempla con calidez. El carcelero resulta un gruñón pero con buen corazón, la maestra enamorada de la vida es deliciosa y espera que le llegue el amor algún día, el sacerdote tramposo nos cae bien a todos y el alcalde corrupto posee un lado amable. El reflejo de la personalidad libertaria, humanista y sensible del autor estalla en el cielo como el juego de pólvora y juegos artificiales en las fiestas del pueblo, donde el genial torero ambulante José Luis Ozores y su «toro bravo » participaban año tras año.

¡HOY ME HE LEVANTADO CALABUCH!

La humanidad hecha película

P.d. Si habéis leído esto, sois la resistencia…

Alan Smithee, jr.

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