Esa fue la frase que empleó un buen amigo mío cuando le pregunté por la marcha de su empresa. Suya, aunque debería decir la de todos aquellos que de una u otra forma tenían relación con ella.

Siempre he tenido claro que una empresa tiene que ser una simbiosis. El empresario ofrece y recibe al mismo tiempo, como así debe suceder con el trabajador. Debe implicar beneficio mutuo.

Me toca un poco (bastante) la moral y alguna que otra parte de mi anatomía, esa idea según la cual el empresario sólo mira por su bolsa. Que es egoísta por el mero hecho de ser.

Se nos olvida, somos así de amnésicos (por no decir cretinos o ceporros) que normalmente el empresario trabaja 25 horas al día, que sus preocupaciones no descansan, que se lleva a su casa no sólo sus problemas, sino las de gran parte de sus trabajadores. Porque… EXISTEN los empresarios honestos como existen los trabajadores de esa condición. Y al revés también, evidentemente.

No, no creo que el empresario sea egoísta por naturaleza ni el trabajador pura abnegación y dedicación a sus tareas. Creo que en la trinchera de la empresa, ambos deben ir a una, máxime cuando se está enterrado en barro.

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Por José Manuel Lasanta Besada

Licenciado en Ciencias de la Información, Periodismo, que se creyó Don Quijote, chocó con los molinos a las primeras de cambio, se levantó, y aquí sigue.

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