EL TÚNEL Y LA LUZ

Con todos mis respetos, voy a comenzar este pseudoartículo con un chiste. Como todo chiste, es muy posible que no haga maldita la gracia. De hecho, reconozco que puede ser bastante cruel. Pero a fin de cuentas, lo que transmito en este escrito lo es. La vida y la muerte tienen en suma partes simpáticas y otras sumamente crueles.

La cosa fue, o así la cuenta uno de mis amigos, así:

Carmen estaba ya a falta de un telediario. Tenía un pie en la tumba y otro que aún se resistía a dar un último pasito en dicha dirección. José Manuel y Carmen nunca se habían llevado bien. Su relación había sido algo así como «odio a primera vista».

Como quiera que fuera la cosa, la mujer de José Manuel, «la Carmencita», le dijo , como quien no lo quiere, que fuese a despedirse de su mamá, que a fin de cuentas tampoco había sido tan mala con él. Instantáneamente José Manuel supo que si no lo hacía, tardaría semanas, quizá meses en… bueno, ustedes ya saben, ¿no?

Así fue como nuestro intrépido y -todo hay que decirlo, hipócrita- héroe fue a «despedirse de Doña Carmen.

Esa misma tarde, José Manuel apareció parapetado tras la puerta del hospital, y allí permaneció unos tensos minutos mientras observaba en la distancia a la pobre Carmen respirando trabajosamente a través de la mascarilla y con sus ojos cerrados. Tras rememorar difíciles momentos vividos entre ambos se decidió a acercarse a su infortunada suegra, levemente le tocó el hombro derecho y le dijo algo así como: «Hola Carmen, ¿Cómo está usted? Soy Jose, su yerno…

Carmen, oyó desde alguna parte de la sintonía del telediario a Jose, abrió aleteando sus ojillos y dijo algo así como:

«¡Uy! ¡Hola hijo mío! Bien, estoy bien. Mira, ahora mismo estaba soñando con una pradera verde. La hierba, las nubecitas, los pajaritos, el cielo azul. El verde, la pradera verde me tiene enamorada. Yo creo que esto es un buen presagio. Que voy a algún bonito lugar. ¡Ay la pradera verde, qué bonita!»

A esto, Jose que comienza a hiperventilar, cabreado, rojo de ira y le espeta a la pobre Carmen:

«¡¡¡Mire usted Doña Carmen, déjese de praderas verdes!!! ¡¡¡EL TÚNEL Y LA LUZ, COÑO, EL TÚNEL Y LA LUZ!!!»

Y hecha esta cruel introducción, voy a hablar un poco de lo que a mis 55 me pasa por la única neurona que habita en mi hueca cabeza.

De un tiempo a esta parte, no dejan de ser recurrentes ciertos pensamientos un tanto oscuros acerca de lo por mí vivido hasta hoy. En realidad no es que sean oscuros. Podría afirmar que son incluso hermosos. Hace tiempo que tengo más o menos limpio el espejo retrovisor, por el que comienzan a desfilar múltiples recuerdos de cientos de momentos vividos por mí. Son imágenes de mi familia, de mis amigos, profesores, amores y desamores. Parece que a esa neurona se le fuese a acumular el trabajo en el instante final, que quién sabe cuando me llegará, y hubiese optado por ir administrando los flash back con la intención de que a última hora no se le acumule el trabajo.

Supongo que todos hemos oído eso de que cuando estamos cercanos a morir pasan ante nosotros gran parte de los momentos vividos en este mundo. También se han dado muchos casos de personas próximas a la muerte que han experimentado una gran paz interior y la percepción de una fuerte luz al final de un túnel.

Insisto. No sé cuando notaré yo esa potente luz -y al precio al que está, puede que ni sea consciente de ella-, pero sí es verdad que esos recuerdos, esos momentos que han ido quedando atrás, comienzan a aparecer flotando a mi alrededor como si mi vida fuera sumergiéndose poco a poco en algún tipo de naufragio. Desde el puente de mando de mi nave los veo salir a la superficie, consciente de que la nave puede irse a pique al chocar con cualquier escollo que la vida le ponga delante.

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