De pequeño solía asomarme al cajón donde mi hermano mayor guardaba sus cosas. Era una experiencia fascinante. Todo aparecía allí, ordenado en una maravillosa armonía que permitía registrarlo a hurtadillas con la garantía de que si se cuidaba un poco, nuestra sana curiosidad pasaría inadvertida. Debajo del suyo, se encontraba el de mi otro hermano. También era interesante porque te permitía hurgar en él y que tu curiosidad pasase inadvertida. Eran algo así como el Cosmos y el Caos materializados en unos pequeños espacios delimitados por las seis caras de dos cajones de un aparador de los años sesenta color caoba. Bajo el de ambos, se encontraba el mío. No sé si el orden-desorden de los dos anteriores plasmaba una difícil coexistencia que ya desde pequeño creía necesaria.

Crecimos. La realidad constreñida entre aquellos muros de pseudocaoba de seis caras también creció. Con el tiempo tomamos rumbos dispares, pero no consigo rememorar aquellos maravillosos años de nuestras infancias sin estar convencido de que tanto el que parecía ser el Cosmos materializado en cromos perfectamente alineados, cajas de hermosas esferas de vídrio, pequeños objetos, lápices, libretas…; como el que mostraba una tendencia a la anarquía manifestada en una explosión digna del Big-Bang hecha de colores sin organización clara, intentos de seguir los trazos que los lápices de colores del primero iban delineando sobre las hojas blancas de los cuadernos, fotografías de futbolistas y motociclistas de éxito de la época, eran compatibles. Al fin y al cabo, no creo en el equilibrio perfecto. Creo que todo Cosmos, lleva en sí el germen del Caos y que éste, está tarde o temprano abocado a aquel.

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Por José Manuel Lasanta Besada

Licenciado en Ciencias de la Información, Periodismo, que se creyó Don Quijote, chocó con los molinos a las primeras de cambio, se levantó, y aquí sigue.

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