LA SUPERVIVENCIA DEL CORONAVIRUS (Y OTRAS PENURIAS)
No, no me llamo Harry Callahan. Ni estoy sucio, ni soy fuerte ni de momento sirvo para ser ejecutor. Quizás sí para ser ejecutado al amanecer tras juicio sumarísimo por este mundo plagado de contradicciones y de cosas feas. Está claro que corren malos tiempos para la lírica. Estamos en el primer mes del año, pero esto que os voy a contar no es ningún cuento de invierno, es la realidad vista a través de mis ojos miopes. Iba yo como siempre a ponerme con mis cinefilias y mis cinefobias, pero lo he pensado mejor y haré una buena mezcla entre la vida y la ficción. Como decía Oscar Wilde en una de sus novelas, era mucho más interesante que la vida se pareciera al arte que al revés.
Pasado el ecuador de diciembre Nuria y yo, como millones de españolitos de a pie, tuvimos «la fortuna» de pillar el coronavirus en su variante Omicron. No voy a aburriros con los detalles, solo diré que fue una imprudencia por nuestra parte, que Nuria lo pasó mejor que yo en cuanto a los síntomas (yo tuve fiebre, dolor de articulaciones y una molesta tos) y que como es lógico estuvimos entre una cosa y otra dos semanas encerrados en casa. Cuando pasa esto te das cuenta en primera persona de varias circunstancias: que la sanidad española está llena de buenos profesionales dedicados a su oficio y que esa misma sanidad está muy falta de personal, desbordada, gracias a una nefasta gestión política en los últimos lustros, sea del bando que sea, que todos han contribuido a ello. Lo malo es que sigue sin caérseles la cara de vergüenza a esos canallas que se proclaman políticos y defensores del pueblo. Una M como un castillo. En fin, ya hemos salido ambos del dichoso virus aunque la tos de vez en cuando me avisa de su presencia. Todos, antes o después, estamos condenados a coger «el bicho», sea Delta, Omicron o todo el alfabeto griego junto. Vamos, que estas navidades he sido Míster Movida, qué os voy a contar.
La mezcla a la que me refería antes se centra en una película y una enfermedad. Estos tiempos que corren me han retrotraído al pasado, al otoño de hace siete años, cuando Nuria yo aún siendo amigos que se estaban conociendo fuimos a ver Ma ma (2015), de ese director tan personal que es Julio Medem. En esta ocasión no voy a entrar a desmenuzar el filme en cuestión, tendría que volver a verla para ello. No quiero que sea una crítica cinematográfica sino más bien una llamada de atención emocional para todas las personas que en un momento dado hemos pasado, estamos pasando o pasaremos una crisis, una enfermedad, una depresión o simplemente una mala época. Esa película me ayudó mucho, me hizo sentir mejor, salí de la sala relativizando un poco lo que me pasaba por fuera y por dentro. A pesar de que la muerte y el cáncer están presentes a lo largo de todo el metraje, es la vida, la ilusión y la esperanza de algo nuevo, de una renovación, lo que se impone.
En MAYÚSCULAS sales con vitalidad, con espíritu positivo por valorar las cosas, con una sonrisa y una lágrima. Es muy emocionante la aptitud de cómo encara esa mujer (interpretada de manera hermosa, natural y tremendamente humana por Penélope Cruz) los golpes que la vida le está deparando. Y qué decir del apoyo cariñoso que recibe del personaje de Asier Etxeandía, su doctor, que protagoniza uno de los momentos más emotivos que he contemplado en los últimos diez años, cuando le sale del alma dedicarle a ella una canción. Aún se me empañan los ojos y el corazón se me acongoja cuando lo recuerdo. Quiero compartirlo con vosotros, la emoción nunca está de más.
Sólo un par de pinceladas. Aunque el tema central no tenga nada que ver, esta película me recuerda mucho a otra del director de Donosti de hace unos años ya, Los amantes del Círculo Polar (1998). Sus comienzos nevados con fuertes ventiscas y dos temas musicales que me ponen los vellos como escarpias finalizando ambas obras son solo algunos de sus paralelismos. Medem siempre será uno de mis directores de cabecera, y estos amantes que nos ocupan están inmersos en el círculo que conforma mi peli favorita de este singular autor. Hablaré de ellos cuando sea capaz de enfrentarme a tamaño reto y las musas tengan la decencia de visitarme. Hoy estoy espeso cual poleá postrera.
Esta reflexión algo sentimental, bordeando el merengue más empalagoso, viene por la enfermedad de la que Ma ma nos habla. Igual que el virus que en estos momentos azota el panorama mundial, todos tenemos a alguien más o menos cercano al que ha golpeado el cáncer. Mi caso no es una excepción. Tal que los trece días que pusieron patas arriba la Guerra Fría durante la crisis de los misiles y casi acaba costando la tercera guerra mundial, los últimos diez días de enero que ahora recién comienzan representan malos recuerdos. En menos de una semana se cumple el aniversario de la muerte de mi amigo Salvador, y este lunes y martes que viene hace seis años de los fallecimientos de mi tío Gonzalo y mi tío Juan. Dos de ellos murieron de cáncer o de derivados del mismo. Esos días los pasamos muy mal. Mas el recuerdo de lo que me aportaron seguirá ahí conmigo mientras viva. Eran personas de carne y hueso con sus claroscuros, pero influyeron en lo poco o mucho que pueda ser yo ahora. Aunque no nos demos cuenta, algunas personas, determinadas vivencias y nuestras propias decisiones son las que van conformando nuestra personalidad y nuestro camino, para bien o para mal.
Hace un par de semanas mi madre sufrió una caída y se produjo una luxación de clavícula. Poco a poco se va recuperando, pero es lento. Cuento esto para determinar lo frágiles que son nuestros cuerpos y lo fuertes que podemos ser por dentro. La perfecta imperfección del organismo humano.
Parecerá que estas letras son una reflexión triste y es exactamente lo contrario. Es un canto a la vida a través de la muerte. Un deseo de vivir y sentir sabiendo que somos finitos, aceptándolo. Para las almas de todos los que han fallecido a causa de la pandemia, para los que la sufren a día de hoy, para los seres queridos que han muerto, para mi madre que lucha por mejorarse y lucha con mi padre por una vida digna, quiero concluir este extraño artículo con una sonrisa serena, con alguien que posee una melancolía pura y evocadora, un francés que habita la eternidad. El gran George Brassens y su lírica súplica. Va por vosotros.
P.d. Si habéis leído esto, sois la resistencia…