Imaginaos la situación: dos crías de unos 14 o 15 años con los pantalones a lo «Reagueton» (o sea, casi por los sobacos) se acercan a un chico de unos 16, más o menos bien parecido, alto y para más inri con un bigotito entre lo Freddie Mercury y lo Errol Flynn. Una de ellas, la más lanzada obviamente le espeta al joven: «Quillo, quillo, ¿tu eres gay?». Que traducido quiere decir algo así como… Oye, oye, ¿tú eres maricón? (Vaya por delante mi respeto a los así llamados). Ante tamaño disparate, nuestro Freddie, Errol o llámese X les contesta con el mayor de los aplomos que se gasta algo así como: «Si te refieres a si soy homosexual, bisexual, transexual o heterosexual, te diré que soy heterosexual». Todo ello, me lo estoy imaginando, con los brazos cruzados en actitud de a ver estas dos pendejas por dónde me salen ahora. A lo que las susodichas adolescentes reaccionan subiéndose un poco más los pantalones y lanzándole de nuevo al joven otro escupitajo verbal tal que: «Ompare -que aquí en el Sur viene a ser «compadre»- a mí me hablas en español».

Y ante esto, yo me pregunto, partiendo de que ya sabemos que la edad del pavo trae estas cosas, ¿esta es la juventud que estamos creando entre todos? Miren ustedes por donde, esta confinación que ha traído la pandemia no va a ser del todo mala. Lo mismo el aburrimiento puede con estas nuevas hordas bárbaras que amenazan la civilización del mal llamado Primer Mundo, y entre uso y uso de los móviles y la tele, se les ocurre recurrir a la celulosa, a abrir un libro, olerlo, acariciarlo, leerlo…
Pero no, mejor no, no vaya a ser que con la carestía de papel higiénico por la avalancha intestinal de los primeros días de cuarentena, acaben los bigotes de Alonso Quijano con algún rastro de nicotina.