LA PELOTA VIVA

Finalmente, fue el pequeño José quien preguntó si Bernie había muerto. Sí. Bernie había muerto hacía unos meses. Yo estaba en Alemania. Nos despedimos pocos días antes de su adiós. Una mañana amaneció dormido para siempre junto a su pelota. Parecía que el noble animal me hubiese recriminado irme de la forma en la que me fui. Con alguna caricia, nunca suficiente, y con su mirada fija en mi recuerdo. Con la seguridad de que quedaba en buenas manos.

Bernie siempre jugaba con la misma pelota. Era una pelota viva. A pesar de los años y los mordiscos, de los elementos, la pelota permanecía siempre a su lado.

El espíritu de Bernie encarnado en una pelota siempre viva sigue rodando entre la hierba, botando y esperando a ser alcanzada por el tiempo.

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